jueves, 17 de septiembre de 2009

Las Inquietudes de Shanti Andía.

Ayer mi querido amigo Alberto, me dejó un libro de mi admirado Pio Baroja : Las Inquietudes de Shanti Andía.
Libro leído en mi juventud y además de la misma vieja edición "la colección Austral"( ¡ Qué recuerdos ! ).
Tras una noche inquieta de lluvia, truenos y relámpagos; oyendo el Mar Mediterraneo de fondo, desde la cama y sin despuntar el día, comienzo la lectura del libro; solo deciros y recomendaros su lectura, una verdadera "gozada" para todos aquellos que de alguna manera sentimos la llamada del mar.

Ahí va un pequeño extracto:

Realmente, el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación.
Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mecen nuestras pupilas, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la Naturaleza.
Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.

Todos, sin saber por qué, suponemos el mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigmática y pérfida.
En la Naturaleza, en los árboles y en las plantas hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente.
Si a uno le coge mozo como a mí, le moldea de una manera definitiva, le hace marino para siempre; al que de niño se entrega a su poder con el alma cándida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.
Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puede apoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, le engaña, le adula, le seduce, le ahoga. Para el pobre marinero, el mar es el summum del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadores míseros cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico y desproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo el mar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace su felicidad.
Para nosotros los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es asi exclusivamente un camino. Pero ¡ qué camino !
Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el océano. Todavía el barco de vela dominaba el mundo.
¡ Qué época aquélla ! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor, no; pero si más poético, más misterioso, más desconocido.
Hoy, el mar se industrializa por momento; el marino, en su barco de hierro, sabe cuándo anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horas contadas...; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buena suerte, el viento favorable.
En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía había derroteros tradicionales y una inmensidad de océano en blanco jamás visitado por el hombre. Como el caminante en el desierto sigue las huellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguos nautas. Así, los que se dirigían al Cabo de Buena Esperanza, al llegar a las islas de Cabo Verde marchaban al Brasil, obedientes a la rutina y al viento, y atravesaban el Atlántico de nuevo.
Entonces, en la mayoría de los buques se deducía la situación más por conjeturas que por cálculos; los instrumentos de navegación empleados por la generalidad de los marinos tenian errores de grados enteros. Claro que en Londres y en Liverpool había ya admirables sextantes y círculos de reflexión; pero muchos capitanes no sabían usarlos y navegaban a la antigua...

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